Los cuentos sobre elfos eran su pasión: primero sólo se limitaba a oír a
los ancianos relatar las mágicas historias de los diminutos elfos, luego,
cuando ya hubo adquirido plena satisfacción de su deseo de prodigios
literarios, se animó a interrogar a los sabios de la comarca sobre la veracidad
de sus cuentos. Los ancianos hablaron de símbolos y leyendas, de verdades
reveladas a través de la hermosura inherente a cada relato; pero a él, todas
estas respuestas le parecieron vacías. Él deseaba ver a los Elfos, y las tiernas canciones ya no lo consolaban. Entonces, el joven partió en busca de sus amados elfos, y cruzó las
grandes extensiones al sur de las Tierras altas. Pasaron los años, y aún las
décadas, y los elfos aún rehuían su compañía.
Ya cansado de la dura vida a la intemperie, inició el camino de vuelta a
su comarca natal. El tercer día del penoso viaje de regreso, el hombre (que ya
había dejado de ser joven muchos años atrás) se refugió bajo un fresno ante la
violencia de una súbita tormenta. Entonces los vio reposando bajo una frágil flor, los elfos contemplaban las gotas de
lluvia con angustia en los ojos.
Al principio, el hombre no dio crédito a lo que sus ojos veían:
cuatro...no, cinco elfos que descansaban bajo la flor, todos vestidos con
hermosos y pequeños vestidos verdes. Durante un tiempo, ni el hombre ni los elfos emitieron palabra, hasta
que, hastiado por la larga espera, el hombre habló, y confió a los elfos lo
amargo de su búsqueda. Habló de las canciones oídas en la niñez, de los valientes elfos y de
las bellas princesas del pueblo diminuto. Los elfos, pacientes, oyeron a su interlocutor saciar sus ansias de
magia.
Finalmente, después de largas horas de hablar, reír y cantar juntos, el
hombre les preguntó a los elfos porqué se encontraban en el descampado durante
tan horrible tormenta Y los elfos, con mucho pesar, confesaron que ellos también habían
abandonado su comarca hace muchos años en búsqueda de algo.
El hombre los animó a que cuenten sus viajes, pues imaginaba que los
elfos viajaban buscando algún reino escondido entre las montañas, o quizás, en
febril socorro de una princesa elfa secuestrada por pérfidos enemigos.
Pero lo que buscaban los elfos lo paralizó aún más que cuando vio sus
pequeñas formas acurrucarse bajo la flor. Ya que los pequeños elfos buscaban un hombre... que aún creyese en elfos.
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